La abuela de Aaron Sunshine, de la ciudad de San Francisco (EE.UU.), murió recientemente.
«Una cosa que me impresionó fue lo poco que quedó de ella», me dice Sunshine, de 30 años. «Sólo hay unas cuantas posesiones. Tengo una vieja camiseta que me pongo en casa. Está su herencia, pero sólo es dinero sin rostro».
Su muerte lo inspiró a registrarse con Eterni.me, un servicio de internet que pretende asegurarse de que los recuerdos de una persona se conserven vía online después de su muerte.
Funciona así: en vida, autorizas al servicio a tener acceso a tus cuentas de Twitter, Facebook y correo electrónico; a subir fotos, datos de localización y hasta grabaciones hechas con Google Glass de cosas que has visto.
Los datos son recopilados, filtrados y analizados antes de que ser transferidos a un avatar de inteligencia artificial que trata de emular tu apariencia y personalidad. El avatar aprende más de ti a medida en que interactúas con él, con el objeto de mejorar su reflejo de ti con el tiempo.
No me queda duda de que alguien será capaz de crear buenas simulaciones de la personalidad de la gente que sean capaces de mantener una conversación de manera satisfactoria. Esto podría cambiar nuestra relación con la muerte, poniendo algo de ruido donde antes había sólo silencio
«Tus tátara nietos usarán esto en vez de un buscador o una cronología para acceder a información acerca de ti, desde fotos de eventos familiares hasta tus opiniones sobre ciertos temas, pasando por canciones que escribiste y nunca diste a conocer».
Para Sunshine, la idea de que poder interactuar con un avatar-legado de su abuela que refleje su personalidad y sus valores es reconfortante, pero aunque Ursache tiene grandes planes para el servicio de Eterni.me («podría ser una biblioteca virtual de la humanidad», dice), la tecnología todavía está en pañales.
El emprendedor ya ha recibido muchos mensajes de pacientes terminales que quieren saber cuándo estará disponible el servicio y si pueden «grabarse» a sí mismos de esta manera antes de morir. «Es difícil responderles, porque podría tomar años lograr que la tecnología llegue a un nivel que la haga utilizable y ofrezca valor verdadero», dice.
Sin embargo, es optimista. «No me queda duda de que alguien será capaz de crear buenas simulaciones de la personalidad de la gente que sean capaces de mantener una conversación de manera satisfactoria», dice. «Esto podría cambiar nuestra relación con la muerte, poniendo algo de ruido donde antes había sólo silencio».
Es posible, supongo. ¿Pero qué pasa si la compañía quiebra? Si los servidores se apagan, la gente que se aloja en ellos sufriría una segunda muerte.
Aún más, cualquier simulación de una persona sólo puede ser aproximada. Y, como todo el que tenga una cuenta en Facebook sabe, el acto de registrar nuestra vida en redes sociales es un proceso selectivo. Los detalles pueden manipularse, los énfasis pueden alterarse, relaciones enteras pueden ser borradas.
MEMORIA FOTOGRÁFICA
¿Y qué tal si, en vez de elegir y descartar lo que queremos capturar en formato digital, fuera posible registrar la totalidad del contenido de la mente?
Esto no es cosa de ciencia ficción ni la aspiración de un minúsculo grupo de científicos irracionalmente ambiciosos.
Teóricamente, el proceso requeriría de tres avances fundamentales. Primero, los científicos deben descubrir cómo preservar, sin destruir, el cerebro de una persona después de muerta. Luego, el contenido preservado del cerebro debe ser analizado y capturado. Finalmente, esa captura debe ser recreada en un cerebro humano simulado.
El trabajo en la creación de un cerebro artificial en el que se pueda hacer una copia de respaldo de los recuerdos humanos está muy extendido.
El MIT dicta un curso en la ciencia emergente de los «connectomics», que busca crear un mapa completo de las conexiones del cerebro humano.
El proyecto Brain («Cerebro») de Estados Unidos está trabajando en cómo registrar la actividad cerebral generada por millones de neuronas, mientras que el proyecto del mismo nombre de la Unión Europea trata de construir modelos integrados de esa actividad.
El progreso ha sido lento, pero sostenido. «Ahora somos capaces de tomar muestras pequeñas de tejido cerebral y mapearlas en 3D. Podemos hacer simulaciones del tamaño del cerebro de un ratón en supercomputadoras, aunque no hemos logrado la conectividad total todavía», dice Anders Sandberg, del Future of Humanity Institute de la Universidad de Oxford.
El dinero necesario para el desarrollo del área parece asegurado. Google ha invertido en forma importante en la emulación cerebral, a través de su Google Brain.
En 2011, un empresario ruso, Dmitry Itskov, fundó la «Iniciativa 2045″, así nombrada por la predicción de Kurzweil de que el año 2045 marcaría el punto en el que seríamos capaces de guardar una copia de nuestro cerebro en la nube. Mientras que el resultado de gran parte de este trabajo es, hasta ahora, secreto, está claro que hay un esfuerzo en marcha.
El neurocientífico Randal Koene, director de la Iniciativa 2045, insiste en que la posibilidad de crear una réplica funcional del cerebro humano está al alcance.
«El desarrollo de prótesis neurales demuestra ya que es posible (replicar) las funciones de la mente», dice.
Ted Berger, profesor del Centro de Neuroingeniería de la Universidad de Southern California logró crear una prótesis funcional del hipocampo.
En 2011, una prueba de viabilidad para una prótesis de hipocampo fue aplicada con éxito en ratas vivas, y en 2012 la prótesis fue probada con el mismo resultado en primates no humanos. Berger y su equipo se proponen probarla en seres humanos este año.
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