¿Conoce el Círculo 99?
Comparto con mis apreciados lectores, este cuento del escritor francés Víctor Hugo.
Un rey muy triste tenía un sirviente que se mostraba siempre pleno y feliz. Todas las mañanas, cuando le llevaba el desayuno, lo despertaba tarareando alegres canciones de juglares. Siempre había una sonrisa en su cara, y su actitud hacia la vida era serena y alegre. Un día el rey lo mandó llamar y le preguntó:
—Paje, ¿cuál es el secreto?
—¿Qué secreto, Majestad?
—¿Cuál es el secreto de tu alegría?
—No hay ningún secreto, Alteza.
—No me mientas. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
—Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, estamos vestidos y alimentados, y además Su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas que nos permiten darnos pequeños gustos. ¿Cómo no estar feliz?
Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le preguntó:
—¿Por qué él es feliz?
—Majestad, lo que sucede es que él está por fuera del círculo.
—¿Fuera del círculo? ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
—No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
—A ver si entiendo: ¿estar en el círculo lo hace infeliz? ¿Y cómo salió de él?
—Es que nunca entró.
—¿Qué círculo es ese?
—El círculo del noventa y nueve.
—Verdaderamente, no entiendo nada.
Majestad. Si usted está dispuesto a perder un excelente sirviente para entender la estructura del círculo, lo haremos. Esta noche pasaré a buscarlo. Debe tener preparada una bolsa de cuero con noventa y nueve monedas de oro.
Así fue. El sabio fue a buscar al rey y juntos se fueron a la casa del paje y colocaron la bolsa en la puerta de la casa.. El sabio guardó en la bolsa un papel que decía: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le cuentes a nadie cómo lo encontraste”.
Cuando el paje salió por la mañana, el sabio y el rey lo estaban espiando. El sirviente leyó la nota, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció. La apretó contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta.
El rey y el sabio se acercaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa, dejando sólo una vela, y había vaciado el contenido de la bolsa. Sus ojos no podían creer lo que veían: ¡una montaña de monedas de oro! El paje las tocaba, las amontonaba y las alumbraba con la vela. Las juntaba y desparramaba, jugaba con ellas… Así, empezó a hacer pilas de diez monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres, cuatro, cinco pilas de diez… hasta que formó la última pila: ¡nueve monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, luego el piso y finalmente la bolsa.
“No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. “Me robaron —gritó—, me robaron, ¡malditos!” Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas. Corrió los muebles, pero no encontró nada. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había noventa y nueve monedas de oro. “Es mucho dinero — pensó—, pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo. Cien es un número completo, pero noventa y nueve no”.
A pesar de que 99 monedas de oro eran mucha riqueza, suficiente para vivir lleno de comodidades toda su vida, el paje estaba muy lejos de la felicidad. La cara del paje ya no era la misma, tenía el ceño fruncido y los rasgos tensos, los ojos se veían pequeños y la boca mostraba un horrible rictus.
A partir de ese momento, el siervo se transformo en un ser intolerante, inconforme, malhumorado y lleno de infelicidad. Se trazó un arduo plan de ahorros y duro esfuerzo hasta alcanzar la moneda 100, mientras tanto no habría alegría ni felicidad alguna. En cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El paje había entrado en el círculo del noventa y nueve. Durante los meses siguientes, continuó con sus planes de ahorro. Una mañana entró a la alcoba real golpeando las puertas y refunfuñando.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el rey de buen modo.
—Nada —contestó el otro.
—No hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
—Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría Su Alteza, que fuera también su bufón y juglar?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.
Esta historia nos recuerda que muchos seres humanos, no disfrutan sus momentos actuales, ni llenan de alegría sus corazones, ni agradecen tantas bendiciones recibidas. Su felicidad se trunca, porque siempre andan buscando una nueva meta y mientras tanto viven en la infelicidad e insatisfacción.
¿Usted forma parte del Círculo del 99?
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Waldo Negron
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