Columna: Orquestas & Soneros

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Cuatro variantes de la música puertorriqueña 

Es común que la expresión “música autóctona de Puerto Rico” se utilice para referirse a cuatro variantes rítmicas: la danza, la música jíbara, la bomba y la plena. Aunque la mayoría de la música popular creada o interpretada por puertorriqueños se hace con ritmos que tienen sus orígenes fuera de la Isla, como lo son el bolero, la guaracha, el son y sus derivados y el pop internacional, lo “autóctono” suele referirse a esas expresiones que se originaron en suelo boricua y que hemos identificado como “la música que nos identifica como pueblo”. Sin embargo la danza, las variantes del seis, la bomba y la plena no tienen una presencia continua en los medios de comunicación pública ni gozan de la admiración y consumo de la mayoría del pueblo.

Es muy raro que las formas musicales asociadas con el “folclor” de un pueblo sean al mismo tiempo las formas más populares. Quizás porque el folclor es algo que se asocia con el pasado y podría sonar disonante ante un mundo y un sistema que promueven la inmediatez, la innovación tecnológica, que ni le interesa ni le rinde culto a la historia. Un mundo en que la música se trata a menudo como un producto desechable que hay que sustituir continuamente.

Ante esta situación,  la danza, con toda su belleza y aire señorial, quedó hace muchos años confinada a la sala de conciertos desde dónde se asoma esporádicamente y es desconocida por la mayoría del pueblo. La música jíbara o de la montaña se siente muchas veces lejana en el tiempo aún con toda su riqueza lírica y ese espacio creativo que ofrece para la improvisación espontánea. Sus letras se quedaron, en muchos casos, narrando un Puerto Rico de aire puro, sin urbanizaciones de acceso controlado, sin condominios; que no se identifica con los símbolos y estilos de vida que la mayoría asocia con el “éxito” y con las comodidades básicas de la sociedad contemporánea.

Por su parte, la bomba con todas sus variantes rítmicas y sus bailes y gestos que evocan la aristocracia de una clase dominante en el pasado, sigue siendo relegada por los medios de comunicación. Al mismo tiempo, ha logrado posicionarse como una manifestación de arte y talento que parece llegar sólo a una fracción del pueblo que puede aprender y desentrañar los secretos, las formas establecidas y la gracia que el género demanda de los barrileros y los bailadores.

La plena parece ser la expresión que más arraigo ha conseguido a través del tiempo, aun cuando es la más joven de la música boricua autóctonas que han alcanzado estatura de “folclor”. ¿Qué elementos o circunstancias parecen contribuir a que la plena sea la manifestación rítmica autóctona más favorecida por el público durante los primeros años del siglo XXI? No es fácil ofrecer una respuesta única y real ante la falta de estudios formales en este asunto pero es posible determinar algunas respuestas, sujetas a discusiones e investigaciones mayores, que arrojen alguna luz al respecto.

Hay tres elementos que parecen contribuir al arraigo que hemos mencionado de la plena. El primero tiene que ver con la facilidad y accesibilidad relativa que se tiene para interpretar la plena. El segundo elemento parece ser la relación histórica de la plena con el movimiento obrero  y el tercero, con los cambios de sonoridad que ha tenido la plena a través del tiempo.

“CON GÜIRO Y PANDERETA HASTA QUE AMANEZCA” (Estribillo popular)
Los instrumentos básicos para interpretar la plena son un güicharo, tres panderos de plena y voces.  El ritmo básico suele tener pocas variaciones y el formato de coros y solistas, tan presente en nuestras músicas, no demanda, en sus formas más simples, conocimientos formales de música.

La plena le brinda a todos la oportunidad de poder recrear su patrón rítmico sin mayores dificultades interpretativas. Por eso hay más pleneros que barrileros de bomba, que cuatristas que toquen el “seis chorreao” y que pianistas que interpreten la danza. Es ideal para el carnaval, para la calle por la movilidad de sus instrumentos, para la parranda y para la protesta. Admite cualquier tipo de tema en sus letras y su prioridad parece ser representar la alegría y la cultura popular del pueblo.

Y como la música festiva no puede separarse del baile, la plena parece ser menos exigente para los danzantes. No exige las vestimentas llamadas “folclóricas” que se exhiben en actos culturales con la danza, la bomba y la música de la montaña. Por otro lado, llama la atención que en actividades en las que se toca plena, muy pocos exhiben las coreografías propias del ritmo pero todos se mueven y “bailan” de alguna forma. La plena es para bailarla como quieras y como la sientas, no es salsa Esos elementos de acceso, sencillez, flexibilidad y actualidad lírica parecen darle a la plena un carisma especial para ganarse el favor del pueblo puertorriqueño.

J. Armando Gruber Bolivar 

 

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