Desde la antigua Grecia se pensaba en que la democracia se podía corromper, degenerar, pervertir. Platón decía que ella sucumbía por los excesos en la libertad, el igualitarismo y la indisciplina que la esclavizan.
Aristóteles aseguraba también que la República se podía pervertir en demagogia y que en la democracia las revoluciones nacían principalmente del carácter turbulento de los demagogos. Muchos son los regímenes que se autocalifican como democracias y muy difícilmente lo son. Por ello, hay que entender la democracia por su significado, como una permanente aspiración, y por su contenido, como una realidad práctica.
Si reflexionamos en la democracia como un ideal, nos gusta en particular recordar el concepto del político y senador norteamericano Eugene McCarthy. Democracia, según él, es una filosofía de organización política y social que da a los individuos un máximo de libertad y un máximo de responsabilidad. Es aquí cuando se piensa en ese exceso de libertad que hace que los gobernantes no rindan cuentas de su gestión, conviertan el poder en un instrumento de satisfacción personal y el manejo de los asuntos y erarios públicos en corrupción. Olvidan estos delincuentes de la democracia que ellos no son sus dueños. Los titulares de ella son los ciudadanos, en quienes está depositada, de manera intransferible, la soberanía popular, esa potestad suprema y originaria para que el pueblo se gobierne de forma autónoma, sobre la cual no existe autoridad legítima igual o superior. De tal manera que esos gobernantes que secuestran la democracia, secuestran también nuestra soberanía e incumplen ese mandato, esa delegación que le hemos dado por representación, para que actúen en nuestro nombre en función del bienestar individual y colectivo común. Esos gobernantes que prostituyen la democracia nos arrebatan nuestra propia voluntad para asegurarnos un destino mejor.
Si meditamos sobre la practicidad de la democracia, entonces hay que volver a recordar a Aristóteles quien propugnaba no sólo un Gobierno perfecto, sino también practicable. Jacques Maritain, en «El hombre y el Estado», presentó una Carta de Valores que define el ejercicio democrático. Entre ellos podemos citar el respeto, garantía y la práctica usual de los derechos y libertades políticas y sociales de la persona humana; los derechos y deberes en la familia y las relaciones de esta institución con la sociedad; las obligaciones, no sólo jurídicas, sino morales con la Constitución; la igualdad, la justicia y la conducta cívica; la libertad de pensamiento, la tolerancia a las ideas disidentes y el mutuo respeto; la adhesión a la historia, a la herencia como nación y a las tradiciones que la forman; y las obligaciones de ciudadanos y gobernantes para con el bien común.
Las democracias contemporáneas se pueden valer de medios de acción poderosos para corregir sus defectos. Retomemos y adaptemos las recomendaciones del jurista y sociólogo Maurice Hauriou sobre algunas condiciones para mejorarlas: la idea cristiana del amor al prójimo, la desaparición de cualquier manifestación de esclavitud, física y mental, la reducción de la conquista de los pueblos o injerencia de cualquier idea política extraña a una particularidad de nación; la capacitación ciudadana permanente y en todos los niveles con la educación expandida, tomando como herramientas las TIC; el ejercicio de mayores mecanismos de participación directa en los asuntos públicos.
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