Se obliga a las compañías concesionarias a reinvertir una parte de sus utilidades en la vitalización y desarrollo de la economía agropecuaria, al mismo tiempo que se promulga la Ley de Reforma Agraria. Si bien hay una disminución en 10% de sueldos públicos a fin de reducir el gasto y déficit presupuestario, luego hay mejoras sustanciales de los salarios generales, prestaciones sociales, condiciones de vida y laborales de obreros y técnicos venezolanos al servicio de la industria. En fin, hay una inversión de una cuota elevada de los ingresos fiscales y petroleros obtenidos en crear una economía diversificada y propia, netamente venezolana, con una sustitución de importaciones.
La pregunta es obvia. ¿Dónde había una mejor calidad de vida? ¿En los gobiernos del «capitalismo salvaje» de Rómulo Betancourt y sucesivos, con una devaluación de 4,30 Bs, crecimiento económico del 5% e inflación de 1,5%, o en la «patria querida, tuyo es mi cielo, tuyo es mi sol», con una devaluación Simadi de 198 Bs, crecimiento económico negativo estimado por el FMI de -7% y la inflación estimada más alta del mundo? Quien afirme que vivimos en la gloria, en el paraíso socioeconómico, con estas profundas miseria, hambre y escasez, o tiene menta obtusa o la tiene aniquilada con el veneno político ideológico.
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