Cuestión de Criterio

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Lo que faltaba ¿Llegó el quinto jinete?

 Cuando se habla sobre la inequidad social, que ensombrece al mundo desde hace siglos, las posiciones para analizarla van desde la demagogia discursiva hasta la hipócrita tendencia del doble discurso. Y también pasan por la resignación fatalista que se refugia en supuestas verdades reveladas del tipo «pobres habrá siempre» o en consuelos de bienaventuranzas que anuncian que el reino de los cielos será de los pobres y que los que tengan hambre y sed de justicia serán hartos (hartos, en el sentido de satisfechos y no del hartazgo de ser eternamente maltratados y marginados en el reino de la tierra).

Todos sabemos que los países tienen problemas internos, a veces muy graves y difíciles de resolver. Y que debido a la falta de recursos, en algunas ocasiones, o a una gran riqueza natural, que tienta a los poderosos locales y a los foráneos a despojar, en macabra cadena, de las potenciales ventajas que podrían brindarles esos recursos a los que menos tienen, se ven enfrentados a la pobreza y el subdesarrollo. En otros casos, la corrupción administrativa, las guerras fratricidas, los choques violentos por racismos, contiendas religiosas o atavismos arraigados por siglos de violencia, producen períodos prolongados de malísimas condiciones de vida para las mayorías desposeídas de bienes materiales, de la más elemental educación y en condiciones espantosas de higiene y profilaxis.

El peor negocio que puede hacer la humanidad es apostar al sometimiento de millones de seres humanos que, muchas veces, hartos de soportar tantos males estallan en un odio y resentimiento nada propicios para una medianamente pacífica convivencia.

Crear pobreza es un crimen, y el crimen no paga. Millones de indigentes que contraen enfermedades infecciosas de fácil contagio son una bomba de tiempo que, de tanto en tanto, estalla en el seno de sociedades prósperas, que de golpe se enfrentan a epidemias muy difíciles de dominar. Todo lo que se haga para la salud pública es poco, en eso no se debería ni ajustar para que «cierren los números» porque cuando la peste se propaga no hay números que valgan y el precio que hay que pagar es altísimo. Ahora es el Ébola, antes fueron el sida, el cólera, la gripe A, la peste bubónica, la peste negra, la lepra y otras plagas que se han cobrado millones y millones de víctimas mucho antes de una apropiada prevención.

Las sociedades se rasgan las vestiduras, los gobiernos se culpan unos a otros: «¡Fue por culpa de las administraciones anteriores!», exclaman los de turno. Mientras, los acusados se lavan las manos al echar la culpa a la fatalidad.

Nada podemos hacer concretamente desde el llano más que protestar y pedir un poco de sensatez

Miles de organizaciones humanitarias dejan la piel en la lucha contra las condiciones adversas en las que gran número de países y regiones del mundo se debaten. Sin embargo, a todas luces, resultan insuficientes y, para mayor irritación e indignación, cada día se destapan en muchos países despilfarros, corrupciones de todo tipo y robos con guante blanco que benefician a grupos privilegiados. Solo, muy de tanto en tanto, reciben el castigo que merecen.

Nada podemos hacer concretamente desde el llano más que protestar y pedir un poco de sensatez, pero por poco que sea será preferible al encogimiento de hombros. Todos sabemos de la existencia de los cuatro jinetes del Apocalipsis, pero hay que tenerle más miedo al quinto que es ni más ni menos que la indiferencia.

El descuido de los que gobiernan el mundo, más atentos a supremacías y ambición de poder que a salvaguardar la salud al aprovechar los adelantos científicos, es inaceptable.

Hay que tomar conciencia de que la mayoría de las plagas vienen de los países paupérrimos y de ellos no será el reino de los cielos. En fin, reiteramos… ¿Llegó el quinto jinete?

¿Usted qué opina?

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