Cuando escuché a Chávez decir que en su gobierno el desarrollo sería endógeno vi una luz en el camino. Con los años, atenta al discurso presidencial imaginé que, seguramente, se desconocía que tanto el origen del término, como dicha modalidad de desarrollo, habían nacido en Estados Unidos, en el corazón de Harvad University, en el ombligo del imperio y que fue el propio presidente Thruman, durante la postguerra, quien le dio partida de nacimiento y lo impulsó por las manos de teóricos, empresarios y políticos.
Luego, debí llenarme de entereza para no infartarme con los inventos fatuos y la ignorancia de su puesta en práctica. Los responsables de su aplicación se conformaron con revisar, solamente, el pequeño Larousse y copiaron la explicación de diccionario, repitiendo como loros amaestrados que «el desarrollo endógeno era de adentro hacia afuera». Aún hoy, profesionales del más alto estamento repiten la alharaca posicional del desarrollo. Los encargados de manejar las finanzas comenzaron a crear núcleos, centros, nichos, sembradíos y demás grupúsculos de presunto desarrollo endógeno que nunca fueron más que un gasto sin retorno, donde algunos vivos recibieron prebendas, tanto del pueblo, como los administradores públicos.
Los izquierdosos y los que querían legitimar su ambición de poder con dichas banderas promovieron que ese tipo de desarrollo era bueno porque era de izquierda (nunca sabremos si comunista, socialista, social demócrata u otra moda) y la oposición (¿de derecha? según los otros) no otorgó una respuesta contundente a los errores en la política económica y de desarrollo que adelantó el gobierno. Incluso, cometieron el traspié garrafal de argumentar en algunas elecciones del almanaque político que si había cambio, ellos mantendrían las misiones, ese engendro pranistico del gobierno donde el gasto no recibió contrapartida y no contó con las regulaciones formales que dicta la ley en materia del presupuesto público. Cuantiosos millardos destinados al desarrollo endógeno se extinguieron por el desaguadero de la nada. Hoy este tipo de desarrollo es una quimera pues los venezolanos, después de tantos años de publicidad, sólo encuentran escasez donde debía haber miles de marcas criollas, exportar nuestros bienes y dar sostenibilidad a un superávit de servicios, donde sólo hay caduca importación.
El desarrollo endógeno exige grandeza nacional para construir una «visión compartida» del país que todos queremos. Supone anteponer el futuro nacional a las banderas políticas de un gobierno y una oposición, promoviendo y aupando una discusión seria sobre cómo realizar acuerdos estratégicos para hacer «esa Venezuela del futuro». Seguramente habrá coincidencia en que todos apostarían por seguridad, productividad, independencia política, tecnológica, buena educación y verdadera justicia. Para la conformación de esta visión se requirió verdaderos líderes y no los hubo (aunque el pueblo ingenuo lo creyó). Luego, viene el cómo implementar el desarrollo. Para esta fase se necesitan buenos gerentes y no aprendices, ni carga armas. Tampoco corrimos con la suerte de contar con ellos.
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