Sobre aquellos tiempos durante y antes de la Revolución que vivió el pueblo francés, Charles Dickens para la eternidad resumió: «Era la peor y la mejor de las épocas, era el siglo de la razón y de la locura, la época de la fe y de la incredulidad, era un período de luz y de tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación…» (…) «Es muy probable (…) crecieran en los bosques de Francia y Noruega, árboles marcados por el leñador Destino para ser derribados y aserrados en vistas a la construcción de cierto armazón movible, provisto de un saco y una cuchilla, de terrible recuerdo en la historia».
En 1858, Dickens publicó Historia de dos ciudades, como «una de sus esperanzas para añadir algo a los populares y pintorescos medios de comprender aquella época terrible». En 2015 en Venezuela y a decir de los controles que rigen, todavía no se ha comprendido. Así se pospone el necesario reajuste de nuestra economía mientras avanza el daño alimentario que se perfila agravarse al no atender y rescatar la producción nacional, con gran compromiso nutricional y de salud de la población, y en particular los grupos vulnerables: los niños, las mujeres gestantes, los ancianos. El mal comer compromete el estudio y el trabajo productivo. Con el transcurrir del tiempo, la gente se hace lerda y enfermiza, el conflicto social se multiplica y la gobernabilidad se esfuma. Para prevenir tal estado de calamidades, en el mundo globalizado de hoy la seguridad alimentaria se logra es con agricultura, no sin ella.
Porque la economía agroalimentaria es demasiado compleja para controlarla, la Historia enseña que los controles y los controladores fracasan. Durante la Revolución Francesa, el control de precios del trigo y del pan, hizo desaparecer el pan. Granjeros, molineros y panaderos fueron confiscados y ejecutados, pero la guillotina no produjo un kilo de pan. La falta de pan devino en acabose de la Revolución. Solo hasta liberar los precios se sembró y cosechó el trigo, molió la harina y se horneó el pan otra vez. Los controladores terminaron sin cabeza, incluido de primero Robespierre, «el incorruptible». El daño alimentario terminó.
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