¡El filósofo de la pensión y el nuevo rico!

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En varios de mis artículos, les hablé de la pensión en la zona del Cementerio, donde vivía con mis padres. Esa pensión fue una gran escuela para mí, y a pesar de la ausencia de lujos, la misma tenía mucha dignidad. Entre los inquilinos, había una persona que le decían «El filósofo», el cual tocaba guitarra, cantaba canciones de Alí Primera, y se dedicaba a leer de filosofía.

El mismo, trabajaba en un estacionamiento, en el turno nocturno, porque argumentaba que así, después de colocar los pocos carros que llegaban tarde, tenía casi toda la noche para dedicarse a sus dos grandes pasiones: leer de filosofía y tocar guitarra. Todos lo tomaban por loco, y lo evitaban descaradamente. A mí particularmente me infundía mucha admiración, y lo escuchaba durante horas hablándome de filosofía.

Recuerdo de su amor por la India, porque allí nacieron las dos filosofías que más admiraba: el hinduismo y el budismo. De la primera apreciaba muchísimo que se basase en que las cosas no son permanentes y la importancia del desapego a las mismas. También me explicaba de la defensa de la igualdad moral de las personas por parte del budismo y las cuatro nobles verdades del Buda: la primera, que el sufrimiento forma parte de la vida. La segunda, que el sufrimiento tiene una causa, no ocurre por accidente. La tercera; que podemos descubrir las causas; y la cuarta, que debemos ejercitarnos para alcanzar lo expuesto en la tercera.

Me hablaba del Hinduismo y su pasividad ante la creencia de la reencarnación, en la que él creía firmemente. Pero también me hablaba de Confucio y de la filosofía China, de la cual me contaba que según ésta todo cambia, y sólo entendiendo y aceptando los cambios es que pueden convertirse esos cambios en positivos o negativos; y de la poca aceptación del mundo occidental al no entender los cambios, y donde sólo tratan de criticarlos o luchar en contra de ellos.

A Sócrates, lo admiraba profundamente como el gran maestro de la filosofía occidental, y por supuesto a Platón. De los filósofos modernos del siglo XVII, y de sus preferidos: Francis Bacon, por su método científico, y Emmanuel Kant por su teoría de la ética. A él, fue el primero al que le escuché hablar de la escuela deontológica del pensamiento, la cual se basa en normas bien definidas en contraste con el pensamiento teleológico, donde se sostiene que un acto es bueno o malo en función de lo bueno o malo del resultado; y donde siempre me ponía el ejemplo de Robín Hood, por el hecho de que robaba, y eso era malo; pero se convertía en bueno, porque se lo daba a los pobres.

En ese momento, quizás no entendía la importancia de esas conversaciones, pero poco a poco, y a medida que fui creciendo me di cuenta de que la cultura de ese hombre, viviendo en la habitación de una pensión, fue una importante fuente de conocimientos para mí.

El otro día, me invitaron a una reunión en una bellísima casa en el Country Club de Caracas, y cuya reunión se desarrolló en la biblioteca, donde había una extraordinaria colección sobre la historia de la filosofía, lujosamente encuadernada. Cuando traté de conversar un poco acerca de la misma, el hombre como que se dio cuenta, y para no perder mucho tiempo me dijo: «Esa colección la compré porque me gustó mucho la presentación, y se ve del car…. en la biblioteca».

Inmediatamente vino a mi mente «el filósofo» de la pensión, así como mi madre; quien solía decirme: «Carlos, Dios a veces le da pan, al que no tiene dientes».

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