Todos lo querían tocar, oler o, al menos, ver. Todos querían estar cerca de él, pues sabían que no habría una segunda oportunidad. La multitud se concentró en el centro de Alta Vista, en Puerto Ordaz, para esperar su llegada: era Su Santidad Juan Pablo II.
Fue, indiscutiblemente, un hecho histórico trascendental para Ciudad Guayana, pero también para Venezuela. Feligreses viajaron de todas partes del país para tener el honor de sentir su presencia. La comunidad católica se llenó de júbilo.
Para la época, en 1985, Monseñor Crisanto Mata Cova dirigía la Arquidiócesis de Ciudad Bolívar y fue el encargado de organizar la visita del Papa. Las autoridades religiosas pasaron meses trabajando, día y noche, para hacer del momento algo inolvidable, aunque por su propia naturaleza ya lo era.
Hermanar a la humanidad y evangelizar con la palabra de Dios era su misión en esta tierra. Pese a que su estadía sería corta, los asistentes permanecieron durante largas horas, con gorras, sombrillas, sombreros y mucha agua, para acompañarlo. Niños, jóvenes, adultos y ancianos desbordaron las calles y sobrepasaron las medidas de seguridad para estar cerca del Papa.
«¡Juan Pablo, amigo, oriente está contigo!», «¡Juan Pablo segundo, te quiere todo el mundo»!… eran algunas de las consignas que ensayaron durante horas los presentes. La idea siempre fue hacer sentir como en casa al Sumo Pontífice.
EL PASE DE GLORIA
«Fue un día muy especial», afirma Alfredo Pérez, habitante de Ciudad Guayana. Recuerda que toda la semana fue una «locura». «Limpiaron la ciudad, la arreglaron, adornaron las calles y avenidas, se formaron grupos y todos colaboraron». También cuenta que los avisos de Visita Papal, con el escudo de Juan Pablo II, decoraron la avenida Guayana y las seis cuadras que tenía el Paseo Caroní.
«Yo tenía 17 años. Quería verlo. Caminé toda la noche desde mi casa hasta la explanada unas cinco o seis veces para ver los preparativos y veía cómo la gente llegaba para apartar sus puestos lo más cerca de la tarima. Yo cantaba en la Coral IUPEG, pero tenía un tiempo alejado. Cuando me enteré que eran ellos los que iban a cantarle al Papa hice todo lo posible (mentí) para conseguir un pase que me permitiera estar cerca. ¡Y lo conseguí!», relata Pérez.
Junto con su familia se ubicó al lado del edificio Camino Real, en Puerto Ordaz, para verlo pasar. Y lo logró. «Fue increíble», dice Alfredo. Luego, con su pase, volvió a la explanada y se acercó más, llegando a estar detrás de la tarima. Valió la pena haber mentido para lograr su cometido y disfrutar de la estampa de Juan Pablo II a menos distancia que muchos otros. El pase todavía lo conserva.
«RENOVAMOS NUESTRA FE»
Dexcy Hernández, oriunda de Upata, estado Bolívar, al igual que Alfredo, tuvo la oportunidad de asistir a la cita con la máxima figura del catolicismo. «Fue algo apoteósico, muy especial para todos los que estuvimos allí. Él llegó saludando, desde su papamóvil, sonriente, contento. Era una multitud la que lo esperaba».
Rememora que en los alrededores del lugar donde se construye la Catedral de Ciudad Guayana no había nada: «ni casas, ni apartamentos, ni urbanizaciones. Solo eran parcelas cercadas en las que la gente empezó a agruparse para tener la mejor vista».
Los feligreses esperaban la llegada del Papa porque aseguraban que traería unión y esperanza, por eso la emoción que sintieron al verlo no la pueden explicar con palabras. «Fue algo nunca antes visto. Todos estábamos felices. Salimos como nuevos, renovamos nuestra fe».
Hernández recuerda con especial agrado el momento en que Adrián Guacarán le cantó El peregrino a Juan Pablo II. «A todos nos impresionó la voz de ese niño, pero más al Papa porque le dijo a las autoridades que quería oírlo cantar en el Vaticano y hasta allá lo llevaron».
En medio de su relato, la guayanesa describió el escenario que quedó grabado en su memoria: «era una cosa inmensa, había un altar bello, estaban todas las autoridades religiosas: cardenales, obispos, sacerdotes; la gente tenía horas en el lugar, muchos llegaron la noche anterior. Por doquier se paseaban los vendedores ofreciendo estampitas, fotos, franelas, gorras, de todo. Yo compré una foto que me costó diez bolívares. Y por supuesto, por todos lados había patrullas, ambulancias, guardias, policías, estuvo todo muy bien organizado».
«NECESITAMOS OTRO
MOMENTO COMO ESE»
Para Damaris Becerra ir al encuentro con el Pontífice «fue un verdadero privilegio», especialmente porque Karol Wojtyla fue santificado por el Papa Francisco en abril de 2014.
«Yo estaba chamita cuando eso, pero la emoción que sentí fue muy bonita. Juan Pablo II fue un ser muy especial, fue como uno de esos ángeles que llegó a la tierra para traernos un mensaje, y así fue porque nos dejó un legado. Fue una figura celestial muy importante para nosotros los católicos».
Describe el momento como «un acontecimiento histórico que nos unió y nos llenó de esperanza» porque las parroquias se organizaron, los vecinos, los gobernantes, y no hubo nada que lamentar. La pregunta más común era «¿vas a ir pa’ lo del Papa?», comenta la testigo.
Becerra manifiesta que si el Papa visitara Venezuela el mensaje que daría sería diferente al de Su Santidad en 1985, dado que «la situación que vivimos actualmente es muy diferente a la de esa época». Afirma que los venezolanos «necesitamos otro momento como ese para llenarnos de fortaleza y de fe porque la tristeza que se ve en las calles tiene sus motivos».
Con la firme creencia de que la fe en Dios es lo que mueve al ser humano, esta peregrina se muestra segura de su convicción cristiana, y aunque no pudo verlo de cerca, recuerda la visita de Juan Pablo II a Ciudad Guayana como uno de los días más especiales de su vida que tuvo la dicha de compartir con su mamá y sus hermanos.
DOBLE BENDICIÓN
«En su primera visita condenó el divorcio, el aborto, la esterilización y la eutanasia, y defendió a la familia como centro de la sociedad. En la segunda ocasión, manifestó su alegría por volver a la ‘tierra de gracia'», escribió un periodista en su artículo publicado en un medio de circulación nacional, y con esto coincide la mayoría de los venezolanos que tuvieron el gusto de vivir el momento y escuchar los sermones de Juan Pablo II.
Visitó Caracas, Mérida, Maracaibo y Ciudad Guayana en su primera visita. En esta se dirigió a los jóvenes con un mensaje muy especial: «no cierren los ojos a la realidad, no evadan las dificultades y busquen la verdad».
A su regreso, procedente de Centroamérica, volvió a estar en Caracas y continuó su recorrido por Guanare, donde inauguró el Santuario Nacional de Nuestra Señora de Coromoto. También estuvo en La Carlota y en la famosa avenida Los Próceres. Retornó a Roma dejando en los venezolanos un grato sabor y la invitación abierta a renovar la fe.
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