«Creo no tener claro que quería, sólo ser completamente libre. Cuando estudiaba primaria con los jesuitas, le preguntaban a los niños que querían ser cuando grandes, por supuesto que los más salidos decían que querían ser bomberos, policías, enfermeras, médicos, a mí se me llenaba la mente de claros oscuros y decía con voz fuerte e inteligible que no quería ser nada. Todavía quiero ser parte de la nada, porque este mundo es bastante aburrido y a veces no me siento cómodo», refiere Francisco Arévalo cuando le indagamos sobre su punto de partida para escribir los 16 libros de poesía, 3 novelas y 1 de relatos que lleva hasta ahora.
El poeta y narrador guayanés dejó por sentado que es una persona medianamente feliz que busca con pasos firmes ser normal y desenvolverse entre los códigos comunes de la gente, «es por eso que no creo que vuelva a escribir poesía, la poesía la componen unos elementos que entran en lo fuera de contexto, es como volar sin alas, y a mí ya no me salen las palabras como hace 35 años atrás, por lo tanto creo que buscaré otras formas con que expresar el estar vivo…».
Francisco Arévalo se expresa más con la poesía, pero recurre a la narrativa cuando las cosas no le salen redondas, cuando no terminan de convencerle. Aun así, no puede definir a qué género literario pertenecen sus obras. Asegura que para él, «hablar de género es un poco complicado».
TRES ELEMENTOS
Poesías, novelas y relatos no son las únicas obras de Arévalo. De otro orden son las selecciones y antologías de poesía venezolana y latinoamericana donde aparecen textos de su autoría, que cree son como 10. «Es tanto lo que he escrito, que sería tedioso resumirlos, pero lo que si te puedo asegurar que en todos hay tres elementos que definen mi trabajo: el primero es la ciudad como aspecto que me motiva o me impacta; el segundo el amor con sus particularidades, sobre todo me llama mucho el erotismo; y el tercero es la relación del ser humano con la diversión pecaminosa que no es más que una cruel evasión», afirmó.
Francisco Arévalo admite que como ser acuático que es, los ríos son su gran influencia existencial. Y su último libro, «Cerodosochoseis», es un homenaje supremo al Orinoco y al Caroní. Nos comenta que «este libro está construido a lo largo de tres décadas, es como una bitácora para abordar mi ciudad. San Felix para mí es un todo en medio de esa ya comentada nada. Es mi relación honda con un territorio donde pasan muchas cosas y no pareciera pasar nada, lo perverso y lo sublime en lucha constante. Lo llano del ser contra lo supuesto que vive en el otro lado del rio. En fin no deja de ser un humilde homenaje a los que verdaderamente han construido esta urbe, no a los parásitos que viven y siguen en práctica con lo inescrupuloso».
RECONOCIMIENTOS REGIONALES Y NACIONALES
No obstante que ha recibido varios reconocimientos regionales y nacionales por su destacada obra literaria: Bienal Augusto Padrón; Bienal Eduardo Sifontes, Fundarte, Premio Alarico Gómez en narrativa; y la Bienal José Eugenio Sánchez Negrón, Bienal Alejandro Natera, Bienal Sergio Medina, Universidad Santa María, Bienal Tomas Alfaro Calatrava, Premio Ciudad de Cumaná, en poesía, el poeta y narrador guayanés no piensa actualmente en otra publicación. «La verdad es que quisiera descansar de las publicaciones, me estresan y ya me fastidian las presentaciones».
Entre sus obras, recordamos las novelas «La esquizofrenia de las golondrinas» (Premio Fundarte, 1999), «Adiós Matanzas en invierno» (1999), el libro de relatos «Santa Tragedia santa nostalgia para matarte en tres asaltos» (2001) y «Tropiezos en el campanario» (2008), así como los poemarios «Brote» (1989), «Nadie me reina en estos parajes de hormigón» (1993), «Sur» (1995), «Alcoholes de otra iglesia» (1996), «Libro de las piedras» (1999), «Todo es círculo» (2000), «Algo más que baladas agridulces» (2001) y «Agrio de colmena» (2001), «Razones de noctívago» (poesía reunida, 1989-2005), «Adiós en Madrid» (2009) y «Más sobre el río» (2012).
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