Recuerdo que en mis comienzos como escritor (a comienzos de la década de los 90) entre los autores se solía comentar -en medio de la farra y de las tertulias- que los críticos son escritores frustrados, amargados por su imposibilidad de crear una obra literaria. La inexperiencia me empujaba (también a quienes como yo aspiraban a edificar una obra), asumir de manera irreflexiva tal aserto como una verdad irrefutable; como algo intrínseco a la condición crítica, sin detenerme un instante a pensar que una actividad no necesariamente niega a la otra (hoy las veo complementarias). Con el paso del tiempo y las aguas torrentosas hallaron su cauce, comprendí que todo aquello no era otra cosa sino el coraje acumulado por muchos escritores (narradores y poetas; sobre todo) ante una labor crítica (hermenéutica salvaje, como muchos la denominan) que en algunos momentos de sus carreras literarias dejaron al desnudo sus falencias y desatinos en las letras, así como también heridas incurables en sus sensibilidades artísticas.
Extraordinarios escritores han desarrollado labor de críticos literarios en algún momento de sus carreras (o toda la vida); los ejemplos sobran: Joseph Conrad, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Enrique Vila-Matas, Paul Auster, Ricardo Piglia, Mario Vargas Llosa, Roberto Bolaño, Claudio Magris, Antonio Tabucchi, y Jorge Luis Borges. Es más, ha habido casos en que los textos críticos de grandes escritores han superado con creces la inquina del paso de los años con respecto a sus novelas, aquí es ineludible nombrar a Fernando Savater, y su pretendida carrera como novelista. Conocemos experiencias en las que la obra crítica y de opinión ha merecido igual atención que la obra narrativa de sus cultores. En este punto resalta el caso del escritor español Javier Marías, quien ha publicado (con inmenso éxito entre los lectores y la crítica) 15 o más colecciones de ensayos y artículos (en las que entran no solamente artículos literarios y de crítica, sino también de temas diversos), en paralelo con su novelística, manteniendo una presencia envidiable en el campo de las letras. Sin olvidarnos, por supuesto, de Humberto Eco, cuyas opiniones críticas son esperadas con ansiedad por sus lectores. Ah, cómo olvidarnos de Augusto Monterroso, quien hasta el final dedicó ingentes páginas a la actividad crítica (crítica pura, en el sentido lato del vocablo: recordemos La letra e, La vaca y Literatura y vida).
Ahora bien, y ya lo señalé líneas arriba, la actividad crítica y la obra (narrativa, poética o ensayística) no tienen por qué contraponerse, sino complementarse. Octavio Paz, uno de los más grandes escritores que ha dado las letras en lengua española, fue un poeta de excepción, pero su actividad ensayística, sobre todo la referida a libros y autores reciben igual atención por parte de la posteridad (y en su momento también). Como hecho curioso desde la poesía enriquecía sus ensayos, que eran a su vez materia prima para erigir su poética (la poesía fue una de sus grandes obsesiones; amén de la mexicanidad); y así hasta el «infinito». Ni más ni menos: recursividad traducida en maestría.
@GilOtaiza
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