¿Cómo explicar que un destacado científico, que incluso estudió a fondo la filosofía, haya llegado al extremo de que su vida pueda ser un ejemplo de fe católica hasta alcanzar la santidad? Esto, porque los terrenos del intelectualismo suelen ser más propicios para el agnosticismo o el ateísmo, antes que para la fe.
Podemos encontrar luces sobre esta duda leyendo una de las obras más queridas de San José Gregorio: sus «Elementos de Filosofía», un libro que inmediatamente agotó sus dos primeras ediciones. Allí, San José Gregorio se pasea por las ciencias psicológicas, la lógica, la estética, la moral, las ciencias metafísicas y la teología racional, entre muchas otras cosas.
Es muy importante leer y meditar el prólogo, donde dice: «Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía; la filosofía es indispensable para el hombre. Ya en el niño se observa cómo empieza a ser filósofo. Después el hombre rústico, laboriosamente, adquiere principios filosóficos, y en lo que se refiere al hombre de espíritu cultivado, al principio de sus estudios, aprende la filosofía que podemos llamar obligatoria. Luego los conocimientos que adquiere le sirven como sustancia para irse formando una filosofía personal, la suya propia, la que ha de ser durante su vida la norma de su inteligencia; aquella de la cual ha de servirse para poder existir como ser pensador. En él, como en el hombre inculto, la elaboración de su filosofía ha de hacerse lentamente, casi siempre laboriosamente, dolorosamente la mayor parte de las veces.»
Y concluye diciendo: «Esta filosofía me ha hecho posible la vida. Las circunstancias que me han rodeado en casi todo el transcurso de mi existencia han sido de tal naturaleza que, muchas veces, sin ella la vida me habría sido imposible. Confortado con ella, he vivido y seguiré viviendo apaciblemente. Mas, si alguno opina que esta serenidad, esta paciencia interior de que disfruto a pesar de todo, se debe antes que a la filosofía a la Santa Religión que recibí de mis padres, en la cual he vivido y en la que tengo la dulce y firme esperanza de morir, yo nada tendré que objetar.»
Hay que destacar que la filosofía a la que se refiere San José Gregorio, indispensable para la vida del hombre, no es la filosofía académica ni la de los estudios de la historia de las ideas. Es una tarea que realiza todo ser humano que, desde que nace, busca respuestas a las grandes preguntas de la vida. E, independientemente de todo el análisis racional que allí se hace (porque incluso la teología se vincula con la razón), la filosofía de José Gregorio es, en definitiva, la religión católica y su práctica en la vida.
El libro «Elementos de Filosofía» de San José Gregorio Hernández se publicó en 1912, y en ese mismo año se publica «Del sentimiento trágico de la vida» de Miguel de Unamuno. En estos textos podemos encontrar dos visiones diferentes de cómo entender la fe: para Unamuno, la fe es una lucha constante ante la duda, es el querer creer y cultivar esa actitud en el conflicto entre la fe y la razón; para José Gregorio, no hay duda. Racionalmente, explica quién es Dios para él, cuál es su naturaleza y cuáles son sus atributos.
Aquí es importante hacer una advertencia para no caer en confusiones: si bien es cierto que San José Gregorio fue el médico de los pobres, su fe no fue precisamente la llamada «fe del carbonero», como peyorativamente se le dice a la fe de las personas humildes que creen sin necesidad de que les den explicaciones racionales. La fe de José Gregorio es producto de una honda reflexión sobre su existencia personal y la existencia de Dios, una fe racionalmente convencida.
A esto debo añadir que años antes de la publicación de los «Elementos de Filosofía», en 1909, Carlos Ferreira escribe un libro titulado «Moral para intelectuales», donde destaca, entre otras cosas, las inmoralidades de las personas que cultivan su intelecto, bien desde las prácticas profesionales o desde las investigaciones. Se refiere allí a los abogados, los médicos y los periodistas. Para el caso que nos ocupa, destaca que uno de los problemas que puede cometer el intelectualismo médico es estudiar tan a fondo la enfermedad para encontrar sus remedios, que esta se vuelva lo más importante, ignorando la atención que hay que tener por la humanidad del paciente. Y aquí nos encontramos con que este pecado no está en la vida de San José Gregorio Hernández. En la búsqueda de la sabiduría, nunca se apartó de la compasión por la persona que sufre.
Y a todo lo antes expuesto, se puede refutar diciendo que un ateo también puede cultivar la ciencia y, al mismo tiempo, solidarizarse con el sufrimiento humano, sin que necesariamente sea considerado como un santo. Eso puede ser verdad, pero aquí quiero detenerme para puntualizar en algo que el mismo San José Gregorio comenta en sus «Elementos de Filosofía»: «La santidad es el esplendor del orden en el amor; y la justicia, por la cual quiere que el orden esencial sea conservado.»
Personalmente, me atrevo a recomendar la lectura de los «Elementos de Filosofía» de José Gregorio Hernández, que a mi manera de ver es una especie de manual que orientó la vida del primer santo venezolanojunto a la Madre Carmen Rendiles.
José Carlos Blanco Rodríguez
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