Aunque hablamos más o menos el mismo idioma, una parte sustancial de nuestro discurso está construido con frases que, medio siglo atrás, habrían resultado incomprensibles. Si trajéramos a un adulto de 1960 y lo sentáramos en un café, el pobre sujeto se sentiría por completo perdido. Pero no porque la jerga fuese para él ininteligible. Eso lo damos por descontado ya que la colisión semántica se produciría con aquellas palabras que sí conocemos. O que creemos conocer.
Por ejemplo, la frase ¿Dónde está mi celular? no habría tenido ni el menor sentido en el año 1960 cuando no existían los teléfonos celulares.
Es que la palabra celular no es un sustantivo, como la usamos ahora, sino un adjetivo. El que es celular es el dispositivo, porque su sistema de telecomunicaciones emplea una red de celdas. Pero hasta que aparecieron los dichosos telefonitos, celular se refería a las células de los organismos vivos. Por eso, si en aquellos tiempos pronunciabas algo como “Tengo un problema con el celular”, gran parte de la gente iba a pensar que estabas diciendo insensateces, mientras que la otra creería que estabas enfermo. ¿Te paso mi celular?, habría sonado como una invitación equívoca, si no acaso incómoda… Derechito a la terapia.
Las anfibologías abundarían, si ambos mundos, el de hoy y el de entonces, se cruzaran en alguna fractura espacio-temporal. Medio siglo atrás Explorar el Amazonas no tenía nada que ver con Navegar por Amazon.
En 1960 en una pareja, no estar conectados era algo serio. Ahora es que se cortó Internet. Un tipo conectado era un sujeto con múltiples relaciones con otros sujetos influyentes o poderosos (y conectados, claro). Ahora puedes estar súper conectado, pero si no te llegan los WhatsApp, fallaste.
La digitalización de la información también invita a confusiones. Pisar un archivo no era lo mismo que ahora. Y los ficheros no pesaban. En el mejor de los casos, tenían más o menos páginas o una cierta etiqueta. Pero a nadie se le ocurría pesar archivos, aunque entonces sí pesaban, al revés que ahora en donde en menos de medio siglo pasamos a transmitir en vivo usando el celular. Hola, mundo.
Los altavoces poseen desde hace mucho un tweeter, para reproducir los sonidos más agudos, y ahora también tenemos Twitter, y en ambos casos el nombre proviene de la palabra tweet, que significa pío, y en la que se origina el nombre del célebre canarito de nuestra infancia. Tweety, fuiste un precursor. ¡Nació 64 años antes que el pajarito azul!
Hay palabras que tienen un origen inusitado. La omnipresente arroba (@) fue una medida de peso que se usó mucho en España y Portugal, y por lo tanto en las colonias, en el siglo 16; por eso, pasó a las máquinas de escribir a fines del siglo 19 y de allí, a los teclados de las terminales informáticas de la década del ’70, de donde la tomó Ray Tomlinson para la creación del email. El intrincado simbolito tiene, como corresponde a su fisonomía, una historia bien enrevesada.
En fin, unas cuantas frases, por fortuna, no han cambiado en absoluto de significado. Por ejemplo: ¡Feliz y Próspero Año Nuevo 2017!
Banco Bicentenario de Unare I: Plena eficiencia
Gracias a la ayuda prestada por el ejecutivo Carlos Romero, relacionista público por excelencia, realizamos nuestras operaciones decembrinas en el Banco Bicentenario de Unare I, Pto. Ordaz, en tiempo récord, reconocimiento que hacemos extensivo a Fauna Noriega –a quien alaban sus compañeros de trabajo con frases como: “sabe de todo”; “con sus piernas camina la entidad financiera”–, Efraín Briceño, quien viene de la fusión del Banco del Pueblo, así como a Wilmer Pérez, Aselia Herrera, Laurinda Rodríguez, Williams Yañez, Evelyn Figueredo, Anne Sequea, Anny Yañez, Luís Nuñez, quienes hacen su trabajo con suma eficiencia, sin descuidar la debida atención humanitaria que prestan a los cientos de pensionados de la tercera edad que diariamente acuden allí.
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