¡Morir en la frontera!

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Hace unos días, la imagen del cuerpo sin vida del niño sirio de tres años Aylan Kurdi, en una playa de Turquía, dio la vuelta al mundo, y pasó a ser el símbolo de una tragedia, que según los expertos apenas está comenzando: ¡La migración a Europa! «invadida» por un estimado de 800.000 personas procedentes de Siria, Libia, Irak y África; que no sólo aspiran llegar al paraíso europeo, sino huir del infierno de sus respectivos países.

Miles de kilómetros en condiciones extremas, riesgos desmesurados en balsas sobrepobladas y con grandes posibilidades de morir en el trayecto, después de haber empeñado todos sus ahorros y el de sus familias; no parecen ser freno suficiente para detenerlos en su huida, tratando de escapar del hambre, de la violencia, del miedo o de las posibilidades de ser acribillados en cualquier calle o rincón de sus países.

Esa sociedad europea, acostumbrada a un buen nivel de bienestar social, miraba la tragedia en sus televisores, después de haber cenado (seguramente productos en su mayoría orgánicos); y donde su única inquietud se reducía a: ¡Pobrecita esa gente! Esas tragedias estaban demasiado lejos y ajenas a su vida diaria, como para que la preocupación durase más tiempo que el de la noticia.

En Lampedusa (Italia), llevan unos tres años, entrando todos los días balsas con miles de personas. «Es un problema de Italia. Qué mala suerte que están tan cerca de la miseria», decían los demás países de la Comunidad Europea, mientras miraban para el otro lado. Algo así, como cuando uno se cruza con un mendigo en plena calle, y tratamos de no verlo a los ojos.

Hoy la tragedia tocó a la puerta de todos los europeos, y desde adentro responden los dirigentes políticos con sus tonos de hipocresía: «No podemos ser ajenos a esta tragedia, ellos también son seres humanos, y no podemos darles la espalda», mientras la mayoría de los inquilinos se preguntan: ¿Pero cómo vamos a poner en peligro nuestro bienestar? ¿Por qué vamos a correr el riesgo de terminar perdiendo nuestra homogeneidad europea que nos costó tantos sacrificios?

Mientras tanto, los Ministros del Interior europeos reunidos en la Euro- Cámara, fracasaban en su intento por lograr un acuerdo sobre el reparto de 120.000 refugiados, posponiendo la reunión para el 08 de octubre. ¡Demasiado tiempo para los que buscan refugio, y a quienes el tiempo se les acabó hace tiempo!

¡Unos que buscan un futuro, otros que no quieren perder el suyo! ¿Pero es que acaso no estamos en la época de la globalización? ¿O es que la globalización sólo aplica cuando trae beneficios económicos?

«La gente ve los árboles, sin saber que su fuerza está en la raíz», me decía mi madre; y es allí precisamente donde hay que curar el árbol: ¡En su origen! para que sus ciudadanos no tengan que vivir una guerra, unas miserias, y una tragedia constante. Para que esos países no lleven a sus ciudadanos a un estado de tal desesperación, que una bolsa con ropa y el instinto de supervivencia, sean sus únicas armas para buscar un futuro.

Hasta que el mundo desarrollado, mediante una estrategia estudiada a mediano – largo plazo, no impida que el primer «loco de carretera» tenga en sus manos el destino de millones de personas, y no se logre un desarrollo eficiente y sostenido en todas las economías de los países subdesarrollados; no habrá futuro.

¡El grave problema de todo esto, es que termine no habiendo futuro para los que lo buscan, y perdiéndolo quienes lo tenían!
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