La ciencia económica me ha llevado por infinitos derroteros. No es igual la teoría que la vida económica. ¡Gran diferencia! En el limbo entre pensamiento y acción económica, alineada con Edgar Morín está la «noosfera», y yo, convencí a mi padre, hombre recio y adicto al trabajo a que se desentendiera por un momento de sus harás aragüeñas y me acompañara a la Habana. Lo logré, no sin escucharle la perorata: − Lo que tú crees que es, no es…−; dijo escéptico. Yo quería ver para creer.
Seguí adelante y a la media noche de algún día del año 1.992, tiempo del cual no quiero acordarme, en símil con el hidalgo de la Mancha, llegamos junticos a la Habana. Mi primer recuerdo es la penumbra. − ¿Pero dónde estoy, en África?, que prendan las luces−; dije. La respuesta fue que no había electricidad, con el remate semántico de: «no es fácil». Hice caso omiso al detallito eléctrico y me acosté a dormir. Recuerdo ese despertar; amanecer en la Habana Vieja… ¡Qué fuerte!
Mi padre tocó la puerta de la mullida alcoba a las 6:30 am, alegando al mejor estilo castizo que ya me lo había advertido, que viera el rostro del comunismo, rematando ¿ya se asomó al balcón? La Habana Vieja, era un lugar en ruinas, mal oliente, despintada, con gente mal ataviada y desesperanzada, viviendo en gran pobreza, depauperación, con sólo la supervivencia de un turismo para pobres y jineteras, mendingándole a los visitantes una pasta de dientes, jabón, un poquito de información del mundo… ¡Dios!. Así conocí yo al pueblo cubano: mendigos en su país.
Siempre mi padre me ganó en todo. Me sobrepuse y apelé a la dignidad de los pueblos, la soberanía y la resistencia del colectivo, sus logros en salud y deporte; y que conste, sin ánimos de ser comunista, siempre he estudiado con seriedad la ciencia económica y en ésta se patenta que la productividad no deriva de la explotación del hombre por el hombre; gran argumento para alzar las banderas comunistas en función del proletariado, sino de la tecnología que deriva de la creatividad y la ciencia. Papá prendió su mega puro Cubano que ya a las 7:30 se postró en la boca, en medio de una bocanada de huno gris y con su risita de cebolla picona repitió: −esto es hambre Doña María, hambre integral−.
En el desayuno con los demás venezolanos hubo expectativas turísticas, pero la noche…¡hay que rostros los nuestros!. Todos enjutos. Que lastima. Cuba, una isla tan linda con tanta pobreza…era la opinión comunitaria. Nada que comprar sin la libreta de abastecimiento. Sólo en las turistiendas que vendían bagatelas viejas, ron, tabaco y representaciones de madera de los Orishas (Santería: una de las industrias de exportación permitidas por el gobierno para obtener dólares y fortalecer el turismo). Los cubanos repetían que no era fácil. Supe porque. Las guaguas apilonadas de personas hasta el techo, sin transporte público, sin repuestos, ni gasolina. El discurso de cuando te toca a ti para comprar la comidita. Pobreza candela…triste.
Nunca me imaginé, no sólo que la historia de terror se repetiría en Venezuela, sino que sentiría el látigo de la pobreza golpeándome todos los días. Mi padre al llegar a Maiquetía me dijo que la libertad era un tesoro y que sólo los pueblos con ética y verdaderos líderes, que privilegiaran el trabajo y el estudio alcanzaban el éxito. Que el ansia de poder y la dictadura terminaban siempre en caducidad y sometimiento. Contra argumente con la URSS y de sus éxitos espaciales.
@conexionaragua
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