El desequilibrio macroeconómico inducido por la improvisación (¿ausencia?) de un modelo, ha sido permanentemente soslayado (no ataca las causas) a través de políticas de carácter cambiario y monetario, empleadas como «alternativa» para enfrentar uno de los fenómenos más perversos: la inflación, para lo cual se han valido de la sobrevaluación de la moneda con la diabólica finalidad de disminuir el precio de los productos importados, que al propio tiempo tiende a reducir las exportaciones no petroleras (elemento vital del crecimiento) configurándose un escenario sensible para la estabilidad económica del país al verse afectadas negativamente las unidades productivas nacionales, bajo el yugo del influjo populista de priorizar el consumo masivo sobre la inversión, al extremo de distorsionar los precios relativos hasta convertirlos en un indicador de escasez de bienes y servicios en un ambiente alarmante de desabastecimiento, que intentan paliar recurriendo a una ampliación de los controles aunado a una criminalización de los mayoristas y distribuidores supuestamente inmersos en una fantasmagórica guerra económica, cuyos elementos de batalla parecen identificarse más bien con una guerra gubernamental contra la economía.
Cambio fluctuante
En presencia de esta situación de vulnerabilidad, proceden a instrumentar un «nuevo» esquema cambiario que igualmente establece 3 TC sin contar con las reservas internacionales para sostenerlos, con el añadido de no haber definido acciones para flexibilizar el control de cambio en aras de favorecer las oportunidades de inversión y la repatriación de capitales (¿los de HSBC?), al igual que la restitución de la autonomía del BCV como vía para obligar a una racionalización del gasto público al controlar la emisión de dinero inorgánico; ni se mencionó en modo alguno la intención de reducir el tamaño y animo contralor del Estado. Desde nuestra óptica, un nuevo esquema cambiario como condición para procurar la estabilidad del sector interno, ha debido orientarse hacia la instrumentación de un cambio fluctuante con un solo TC gestionado entre dos bandas (techo/piso) cuya determinación (del TC) vendría por el comportamiento del mercado de divisas que ha de ser condicionado por la participación del BCV (flotación sucia). Dentro del campo de la obviedad, este esquema tiene como debilidad para su funcionamiento (con menor intensidad que el anunciado) que actualmente (y a corto plazo) Venezuela no cuenta (ni contará) con divisas; lo que permite inferir un rápido retorno del mercado paralelo y otros males, a menos que se asuma de inmediato un ortodoxo plan de ajuste como condición para la creación de un clima de confianza donde impere la seguridad jurídica, a la luz de un régimen democrático que respete la división de poderes.
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