¿Somos responsables por nuestros actos?

0
359

Un grupo de vendedores fue a una convención de ventas. Todos les habían prometido a sus esposas que llegarían a tiempo para cenar el viernes por la noche. Sin embargo, la convención terminó un poco tarde y llegaron retrasados al aeropuerto.
Entraron todos con sus boletos y portafolios corriendo por los pasillos de pasajeros. De repente, y sin quererlo, uno de los vendedores tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas. Las manzanas salieron volando por todas partes. Sin detenerse ni voltear atrás, los vendedores siguieron corriendo… y apenas alcanzaron a subirse al avión. Todos, menos uno.

Este último vendedor se detuvo, respiró hondo y experimentó un sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas. Le dijo a sus amigos que siguieran sin él, y le pidió a uno de ellos que al llegar llamara a su esposa y le explicara que iba a llegar en el vuelo siguiente. Luego, regresó al pasillo y encontró todas las manzanas tiradas por el suelo.

Su sorpresa fue enorme al darse cuenta de que la dueña del puesto era una niña ciega. La encontró llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus mejillas. Tanteaba el piso tratando, en vano, de recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba, vertiginosa, sin detenerse y sin importarle su infortunio.
El hombre se arrodilló con ella, junto a las manzanas, las metió a la canasta y le ayudó a montar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía se dio cuenta de que muchas se habían golpeado y estaban magulladas. Las tomó y las puso en otra canasta.Cuanto terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña:

“Toma, por favor, estos veinte mil bolívares por el daño que te hicimos. ¿Estás bien?”
Ella, llorando, asintió con la cabeza.
Él continuó diciéndole
“Espero no haber arruinado tu día. Adiós”.
Conforme el vendedor empezó a alejarse, la niña le gritó:
“¡Señor… señor…!”
Él se detuvo y volteó a mirar esos ojos ciegos. Ella le preguntó:
“¿Es usted Jesús?”
Él se paró en seco y dio varias vueltas antes de dirigirse a abordar otro vuelo, con esa pregunta quemándolo y vibrando en su alma. La niña le había “movido” el piso y le dejo una lección que recordó de por vida.
¿Cuántos de nosotros asumimos las consecuencias de nuestros actos?
¿Compensamos a los otros cuando les hemos hecho daño?
¿Nos ponemos en los zapatos del otro?

Esta historia, extraída deL famoso libro La Culpa es de la Vaca, nos deja maravillosas reflexiones.
Lastimosamente, muchas personas andan en la vida eludiendo sus responsabilidades y haciendo caso omiso de las consecuencias de sus actuaciones y decisiones.
Cuando tomamos una decisión o realizamos una acción que trae consecuencias no gratas, tratamos de “evadir” la responsabilidad. Solo cuando nuestras acciones generan resultados gratos, entonces nos encanta “aparecer” como el único responsable de aquella actuación. De allí aquel adagio popular que reza: Las victorias tienen muchos padres, pero las derrotas carecen de “paternidad”.

No podemos ser tan superficiales y tratar de ocultar, negar, disminuir o desconocer las consecuencias de nuestros errores, omisiones o equivocadas actuaciones
Al igual que el vendedor de esta aleccionadora historia, debemos asumir plenamente las consecuencias de nuestras actuaciones y ponernos en los zapatos de los afectados
Tener esa magnificencia, hidalguía, madurez y elevada responsabilidad por todas nuestras acciones, nos eleva a la condición de ejemplos de la sociedad. Los países avanzan cuando sus ciudadanos se hacen responsables de sus vidas y se deciden a dar su aporte al engrandecimiento de esa nación. ¡De nosotros depende! Hasta la próxima semana.

Gracias por leerme. [email protected] @Waldo_Negron

Manténte bien informado y recibe nuestro resumen de noticias. Únete al grupo de WhatsApp o canal de Telegram  Síguenos en Instagram: @eldiariodeguayana