Veinte Palabras

0
405

A veces no basta el lápiz y la página en blanco para entregar unas palabras o una idea. Para hablar de amor o de guerra. De vida y de muerte. Mucho menos sirve la impersonal pantalla plástica de una computadora. Hay días en que los nervios nos piden imprimir pensamientos de metal sobre una lámina de acero. O tomar un cincel y dibujar palabras en la piedra.

Palabras que puedan gritar desde allí por los próximos dos mil años.

Así deberían escribirse las historia de amores profundos. Porque son pocas. Y deberían vivir cuando los cuerpos sean ya guiñapos o cenizas o barro entre los barros. También las palabras que queremos legar a nuestros hijos necesitan esos soportes milenarios. Palabras como lealtad, ética, amor, compromiso, autenticidad, para tramar sintaxis simples, sin retórica. Componerlas en conjunto nunca en detalle. Que traspasen los siglos con su energía insospechada. Que sean tan vigentes hoy como en el 4012. Que relumbren. Que atormenten. Que amen. Que sean contradictorias y diáfanas porque así somos y seremos.
Cada quien debería escoger sus 20 palabras imprescindibles y darles vida. Con sólo 20 palabras se puede decir todo. Se puede hablar a la eternidad. Se puede mandar callar a los dioses. Se puede golpear con ellas a las conciencias canallas.

Pero hay que seleccionar muy bien esa herencia de 20 palabras, limpiarlas con la hoja ciega del cuchillo de toda costra viscosa. Después ocultarlas de los fraudes que acechan en la cotidianidad para que no tengan cicatrices. Y cada vez que transitemos por suelos inertes y condiciones mezquinas, no permitamos que mengüen. Avancemos a contrapelo del sol estridente o de la lluvia azarosa. Encendamos el alma y atravesemos la tarde enervada del mundo, con el morralito de palabras a la espalda. Son nuestro  tesoro. Nuestro legado.

Cuando ya no estemos, en esas palabras estará nuestro pensamiento, un sabor a distancia, a exilio o a remordimiento. Ellas contienen lo que fuimos. Quizás sólo un recuerdo árido, nocturno. Una ausencia oscura. Un amor pequeño. Un odio largo. Un vivir confuso o lastrado. Ellas son más que nuestra herrumbre en el espejo. Sólo fuimos una mota de polvo flotando entre la luz y la sombra. Un salto brusco. Un gesto malabarista del tiempo. Un vértigo o un rayo. Un eco sordo perdido en el trazo nítido de la tormenta. Una aventura sin descifrar.

Debemos escoger con esmero entonces las 20 palabras que nos salven. Que nos den trascendencia. Que nos definan. Te muestro las mías para que no estés sólo en esta aventura de retar al tiempo sólo con la voz y el cincel: (versos, ternura,  verdad, pueblo, revolución, irreverencia, transgresión, rebeldía, tierra, movimiento, libertad, vértigo, mujer, cántaro, fluir, perdonar, tiniebla, inocencia, llanto, locura).

Esas son las 20 palabras que cuentan mi historia o mis mil historias porque cada vez que las reordeno aparece una historia distinta y casi mágicamente sigo siendo yo. El mismo que no tiene historia. Por eso debo grabarlas en piedra o en metal.

Ángel Fernández