Saber del amigo que se va de una forma trágica, más que una infausta noticia, constituye una fatídica conspiración de la vida contra el legítimo derecho de todo persona de compartir distintos momentos con quienes mejor pueden integrarse a toda situación que demande entusiasmo para alcanzar cualquier propósito de crecimiento personal, profesional y espiritual. Aunque en verdad deberá admitirse que cuando las realidades se tornan fustigadoras, pareciera que la vida está confabulando contra las ilusiones que todo ser humano busca disfrutar en su trance por este mundo de la manera menos desagradable. Es decir, en un plano de bienestar, salud y paz.
Sin embargo, las realidades son inexorables, infalibles, indistintamente del carácter de fatalidad o de felicidad que pueda afectar o beneficiar al hombre en su discurrir.
La vida se torna casi como un juego con un único adversario: la incertidumbre. Ni siquiera la posibilidad de distinguir problemas bien estructurados de problemas no bien estructurados para así analizarlos a la luz de distintas perspectivas situacionales, garantiza un logro que coincida plenamente con las esperanzas o empeños que un individuo puede perfilarse frente a las limitaciones que le definen su tiempo y espacio. Este hecho de lidiar con la incertidumbre, aun cuando bastante mal definida, resulta difícil y hasta aventurado. Aunque sin embargo, a algo de ello comprende la planificación.
Aún así, la vida no deja de ser una escuela de probabilidades. O como dijera el escritor inglés, Samuel Butler, «la vida es el arte de sacar conclusiones suficientes, de premisas insuficientes». Ahí está el problema. Todo pareciera complicarse a medida que el interés por resolver dudas y reveses se magnifica. Quizás el hecho de ver la vida con alguna sencillez, hace que se comprenda mejor en aras de admitir las desavenencias que son propias de su acontecer. Para el también inglés Thomas Hobbes, teórico por excelencia del absolutismo político, «la vida es un perpetuo movimiento que si no puede progresar en línea recta, se desenvuelve en círculo». De esta forma, reconoce las obstrucciones en las que cualquier persona se ve atrapada sin que haya pretendido atascarse en ningún lugar.
El poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, en su Canción a la Vida Profunda, entendió que vivir fue siempre el más difícil de las artes. Por eso habla de que hay días en que el hombre es tan móvil, fértil, sórdido, plácido, lúbrico y tan lúgubre, que ocurre un momento en que «discurren vientos ineluctables» Ese día se levan «anclas para jamás volver». Es «¡un día en que ya nadie nos puede retener!».
Sin duda que la vida no es un asunto fácil para nadie. Muchas veces luce complaciente, según las circunstancias que embarguen el instante en que se finaliza o se recrea. Pudiera inferirse que no hay viento favorable para quien no sabe a cuál puerto dirigir su barca. Y como en el fondo de todo seguirán habiendo razones que pesen sobre el hecho de cuestionar el destino de cada quien, podría ser acertado oponerse a verdades que no deberían ser.
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