«Quiero limpiar el nombre de mi hijo»

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Dicen que el dolor de perder a un hijo es tan grande que no existe palabra que pueda encerrar tal duelo y describir tal situación, padre será padre hasta que deje de existir, pues tal amor traspasa cualquier definición e incluso el plano vital.

Lisbeth Malavé, madre de Carlos Augusto Villalba Malavé, joven asesinado el pasado miércoles 11 de junio, lamentablemente sabe lo que es perder a un hijo. Dolor, rabia, impotencia y tristeza son los terribles acompañantes que marcan su día. No solo a ella, ya que toda la familia está conmocionada por el asesinato del joven padre, estudiante, trabajador y destacado futbolista, quien pereció en manos de funcionarios adscritos al Centro de Coordinación Policial (CCP) Unare, según testigos que lograron presenciar el crimen.

¿QUIÉN ERA CARLOS?

Carlos Augusto Villalba Malavé era un destacado futbolista de 23 años. Y aunque le tocó ser papá de una pequeña a temprana edad, hace exactamente cuatro años, no fue impedimento para seguir adelante con su vida. Amaba a su familia, y por ello, a pesar de haberse ido a vivir con su esposa al sector Barrio Guayana, nunca dejó de visitar a sus padres y hermanos.

DESTACADO TRABAJADOR

«Morocho», como era conocido Carlos Augusto, era un destacado trabajador de Impermeabilizadora Bolívar. No había faltado nunca a una jornada laboral y su gran confiabilidad a la hora de ejercer su trabajo lo habían hecho merecedor de un puesto que ameritaba el manejo de gran cantidad de dinero que ameritaba igual responsabilidad.

CRONOLOGÍA DE UN ASESINATO

El pasado miércoles 10 de junio, Carlos salió desde muy temprano de su casa ubicada en Río Caura para hacer diligencias laborales. Por ello se dirigió a una de las oficinas de la empresa ubicada en el sector Río Aro, donde buscaría una carpeta que contenía cheques que debía depositar en una oficina bancaria ubicada en Alta Vista.

IBA RUMBO AL BANCO

Eran aproximadamente las 11:00 a. m. cuando Carlos agarró se enrumbó al banco para realizar el depósito de los cheques no endosables pertenecientes a la empresa. Consigo llevaba 1000 bolívares en efectivo para pagar la renta del teléfono corporativo y 10 248 propios, con los que iba a pagar el colegio de su pequeña hija de cuatro años.

Llegaba la hora de almuerzo y Carlos, debido a sus ocupaciones, le encargó a su madre que buscara a su hija por el colegio, exactamente a las 11:21 a. m.

SUS ÚLTIMAS PALABRAS

Debido a que la familia tiene a un familiar delicado de salud en el estado Nueva Esparta, a la madre de Carlos se le olvidó buscar a la niña. Por ello recibió una nueva llamada de su hijo a las 12:15 p. m. sin imaginar que estaría por escuchar a su hijo por última vez.

«Mamá ¿Qué pasó que no has ido a buscar a Camila?, ¿no ves que es tarde?», a lo que la madre le respondió: «Hijo disculpa, tú sabes que tenemos a tu tía enferma en Margarita y está delicada, discúlpame que ya resuelvo». Carlos entendió la situación y en tono muy sereno le respondió: «Okey vieja, tranquila».

LO PARARON DOS VECES

La hora del almuerzo había llegado y Carlos prefirió regresar a casa de su esposa y salir más tarde para hacer las diligencias laborales. El reloj marcaba la 1:35 p. m. cuando decidió salir nuevamente; agarró la carpeta y se montó en el camión perteneciente a la empresa, un Hyundai color blanco, de plataforma, placas A46CV6A.

Aproximadamente a las 2:00 p. m. oficiales adscritos a la brigada motorizada del CCP Unare detuvieron en las adyacencias del Centro Comercial Biblos a Carlos, a quien le pidieron la documentación, lo revisaron y lo dejaron ir. Mientras esto ocurría un amigo de la familia pasó por el lugar y luego de observar la situación decidió comunicarse con los familiares de Villalba. «Jesús, acabo de ver a tu hermano. Vi que unos policías lo pararon», alcanzó a informar.

LO TORTURARON

A la altura de la estación de servicio «Las Morochas» los PEB vuelven a detener a Carlos. En esta oportunidad dos oficiales motorizados lo abordaron, uno de ellos tomando el puesto del copiloto y otro al volante. Es aquí cuando golpean, torturan y amenazan a Carlos. El camión es llevado hacia el sector Mini Fincas, donde testigos observaron que el camión era conducido por un oficial motorizado, pues llevaba puesto el casco.

Ya eran las 3:30 p. m. cuando vecinos del sector escucharon más de quince detonaciones cerca del sector.
Los oficiales estaban haciendo tiros al aire para espantar a los habitantes, buscando ahuyentar a los posibles testigos del crimen que estaban a punto de cometer.

PIDIÓ POR SU VIDA

Los gritos de Carlos fueron escuchados por los testigos, quienes relataron que pedía clemencia. Sus súplicas no fueron escuchadas, los efectivos lo hicieron correr y le propinaron dos impactos de bala por la espalda, quedando alojados los proyectiles en el pecho y abdomen del joven.

Los PEB consiguieron una sábana, lo taparon y lo trasladaron en una patrulla hasta la emergencia del hospital de Guaiparo, donde fue ingresado a las 4:00 p. m. como «herido», pero Carlos ya estaba muerto. Sus familiares preocupados por no saber nada de él empezaron a buscar en todos los CCP sin resultado alguno. En última instancia llegaron al Cicpc, donde fueron informados de que Carlos había sido asesinado en un enfrentamiento, a pesar de tener signos de tortura.

LO MATARON POR DENUNCIAR
Familiares informaron que el 1-7-1 tiene el registro de una llamada de Carlos, en la que denunció que estaba siendo extorsionado por la PEB, por lo que se deduce que este sea el principal motivo por el que le segaron la vida. Las investigaciones avanzan y los asesinos están identificados por la comunidad, pero se presume que sean más de 10 los involucrados, todos pertenecientes a la PEB.

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